Esta tendencia se traduce en la arquitectura y en la forma en que habitamos nuestros espacios.
En la actualidad, las viviendas de concepto abierto se han convertido en un fenómeno social que se traduce en una forma de vida un tanto vanguardista, pero sin dudas son la elección de un estilo de vida.
Haciendo
un poco de historia este fenómeno tiene precedentes en los grandes maestros de la arquitectura como Le Corbusier o Mies Van der Rohe, y también podríamos considerar un anclaje con la aparición del “loft” en la ciudad de Nueva
York en los años 50, principalmente en tres de sus barrios; Tribeca, Soho Y El Barrio Oeste. Estas zonas fueron las grandes protagonistas de una industria floreciente que más tarde fuera olvidada. La necesidad de grandes espacios
y las rentas elevadas de los departamentos hizo que las fábricas y almacenes en desuso cobraran un gran protagonismo para ciertos sectores de la población. En un principio los utilizaron estudiantes y artistas de una forma más o menos
clandestina; con el tiempo fueron rehabilitados y adaptados a restaurantes, tiendas, estudios de pintura o fotográficos y galerías de arte. Rápidamente su uso se trasladó al ámbito doméstico, convirtiéndose en viviendas espaciosas y confortables.
Esta moda se traduce en la arquitectura y en la forma en que habitamos nuestros espacios. Es necesario reflexionar, que particularmente en la argentina y en nuestra ciudad las influencias arquitectónicas de la inmigración fueron mucho más
tradicionales y tendientes a viviendas compartimentadas con espacios menos integrados. Citemos a este respecto el ejemplo de la casa chorizo de origen italiano donde un patio o hall central comunicaba con el resto de las
habitaciones cada una de ellas bien definidas por sus usos y roles.
La propuesta que vemos en las imágenes, más allá de mostrar una estética marcada que se emparenta con el diseño escandinavo, responde a estos nuevos modos de habitar
espacios, donde las actividades se desarrollan de manera fluida, donde cada mueble está pensado y diseñado en relación con su contexto, desde lo estético así como desde lo funcional.
Podemos hablar de la
materialidad, la que ayuda a reforzar este concepto, el piso de microcemento alisado en toda la planta baja que se continua en el desarrollo de la escalera refuerza la idea de continuidad espacial, de la misma manera
el cielorraso de madera contribuye al mismo efecto. Las melaminas y el vidrio negro con que se construyeron los amoblamientos, léase en esto la cocina, que adquiere gran protagonismo, el mobiliario de tv, e incluso los muebles
complementarios y los de la suite los que a su vez conviven con un espacio para trabajar.
Los colores neutros y quebrados, tanto como el blanco elegido para las paredes, transmiten equilibrio y luminosidad; sin
duda reflejan toda la luz natural que es una de las bondades de esta vivienda.
La calidad de los materiales aporta una cuota de elegancia, la que puede identificarse en el granito natural de acabado anticatto que conforma
la tapa de la mesa en el lugar de comer. El resto acompaña desde tonos claros de maderas cálidas.
Muy pocos acentos de color acompañan esta propuesta, en este caso el amarillo de las banquetas que adquieren protagonismo.
Todos
los detalles de la ambientación, remiten a gustos e historia personal de quienes comparten cada uno de estos rincones. Cada material, con el transcurso del tiempo se irá adaptando, aportando otros matices que contribuirán a contar esta
historia familiar.
Moda, tendencias, nuevas formas de habitar: todo nos interpela a analizar cuanto de cultural existe en esto y como nos pesamos en comunidad, cuanto de la necesidad de vincularnos con otros para construirnos
subyace en esta apertura de la casa en su interior, nuestro interior.